"Va un cazador por el bosque, armado con su escopeta de un solo tiro. Viste en plan Rambo: camuflaje, gorro verde y demás. “Nasío pá matá”, como dicen los lejías. Avanza así, cauto, el arma dispuesta, cuando ve a un oso que está al pie de un árbol, roncando la siesta. Al verlo, nuestro cazador se acerca de puntillas como el gato Silvestre, apunta y desde tres o cuatro metros de distancia le arrea un escopetazo. Y falla. Al oír el tiro, el plantígrado abre un ojo, mira al cazador, se levanta sacudiéndose las ramitas de pino y las hojas secas de la pelambre, y le dice: «Chaval, has tenido mala suerte. Soy un oso gay y no me gusta que me disparen a la hora de la siesta. Así que, para escarmentarte, ven aquí, que te voy a dar por detrás». Y dicho y hecho; el oso agarra al cazador, y zaca. Lo sodomiza.
El cazador se toma el asunto con muy poca deportividad. «¡Venganza!», grita cuando corre al pueblo más cercano. Llega, entra en una armería y pide un fusil mataosos de cinco tiros. Se va a enterar, piensa, tomando de nuevo el camino del bosque. Avanza entre los árboles, el fusil dispuesto, los ojos inyectados en sangre. Y al fin divisa al oso maricón que está de espaldas, entretenido con un panal de rica miel al que da golosos lengüetazos. El caso es que se aproxima con sumo tiento el cazador, apuntando a la osuna cabeza. No quiere fallar, así que se acerca más, y más y más... Está a un metro, y el oso sigue a lo suyo. Entonces, con una risa locuela, el cazador grita de nuevo «¡venganza!» aprieta cinco veces el gatillo. Bang, bang, bang, bang, bang. Le pega cinco tiros como cinco sartenazos al oso. Y va y falla los cinco. Entonces el oso se vuelve despacio, con mucha flema, y se lo queda mirando. «Hombre-dice-pero si es mi amigo el escopetero». Luego se le acerca, sonriente. «Pues ya sabes, chaval -dice-. Yo Tarzán, tú Jane. Cinco tiros son cinco ñaca-ñacas. Ven, mi vida». El cazador intenta largarse, pero el oso, que es muy ágil, lo trinca. Luego se lo calza cinco veces, una detrás de otra.
Imagínense ahora a ese cazador volviendo al pueblo -esta vez camina ya con cierta dificultad- camino de la armería. Ese cazador que entra en la tienda. Esa ametralladora que compra. “¿Cuántos tiros le pongo?” , pregunta el armero. «Doscientos», responde. Imagínense luego a ese cazador camino del bosque con la ametralladora colgada, poniéndose alrededor de los hombros y del cuello, con manos temblorosas por la cólera, las cintas de reluciente munición. «¡Venganza!». Llega así hasta el oso. Y sin más, a un palmo de su cabeza, le dispara la cinta entera. Ratatatatatat, Doscientos tiros uno detrás de otro, sin respirar. Y falla los doscientos. Entonces el oso lo mira, chasquea la lengua y se levanta despacio, como con desgana. Luego se acerca un poco más al cazador, que se ha quedado como pasta de boniato, le pasa un brazo peludo por los hombros y le pregunta, en tono de confidencia: «Venga, admítelo colega... ¿Tú no has venido aquí a cazar, ¿verdad?»...
Esta semana, José Manuel nos propuso la ascensión al Maigmó (1296 metros), cerca de Castalla, en Alicante. La ruta se planeó casi circular, es del tipo raqueta de tenis y sólo se repite un corto tramo del inicio. La longitud es de unos 15 km.
Comenzamos en el Collado del Portell, como no: subiendo, pá calentar y llegamos al poste que nos dirige al primer pozo de nieve, que cuenta además en una loma lateral con sus “viviendas auxiliares”.
Poco después nos salimos del track para visitar la “Cueva Mosen”, que a pesar de su estrecha entrada, dentro tenía un habitáculo bastante grande en el que cabíamos todos de sobra e incluso los que no han venido pero nos leen.
Ya en el exterior pudimos admirar las primeras vistas de “la Silla del Cid”, formación montañosa llamada así porque recuerda a las sillas de cuero medievales y más adelante los cuchillos del barranco de L’Exau.
Más tarde llegamos al lugar donde están emplazadas las antenas de comunicación y nada más dejarlas atrás se nos ofreció una buena vista de nuestros inminentes objetivos, el Maigmonet y detrás el impresionante Maigmó y en una paradita para tomar resuello, Salva me dice: “No hace falta que te diga adónde nos va a hacer subir José Manuel, ¿no?”.
Cuando llegamos a la base del Maigmó y vimos la verticalidad de la ascensión pensamos que los dos perros que se había traído Mariano y Greta, la beagle de Antonio, no podrían subir, pero ésta y Morgan, uno de los perros de Mariano no tuvieron problema con una pequeña ayuda. El problema lo tuvimos con la otra perra de Mariano, que en uno de los resaltes se quedó paralizada delante de mí y no había manera de que avanzara. Tuvo que bajar Mariano y auparla con todas sus fuerzas porque la perra se cogía hasta de las cadenas como si tuviera miembros prensiles. Hasta en un momento enroscó la cabeza en la cadena y no había manera de moverla. Por fin Mariano consiguió que subiera; no había otra.
En la siguiente imagen tenemos a Toni que me está diciendo con la mirada: “Cómo esto se complique ya veremos si a más de uno le pasa lo mismo”. Antes había un cable de acero que llegaba hasta la cima y ayudaba bastante, pero ahora sólo estaban intermitentemente las cadenas, que de vez en cuando nos ayudaban en las trepadas.
En las imágenes os podéis hacer una idea de la verticalidad de los diferentes momentos. De vez en cuando pensaba en Mari, porque sé que las alturas le imponen respeto, pero nada, como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Si hubiera habido trofeos, se hubiera llevado otro. En su lugar lo que se llevó fue un buen almuerzo en “el palomar” donde, como siempre, nos detuvimos a degustar las viandas de todo tipo que acabamos compartiendo.
La intención era haber almorzado en la cima, pero sin el cable la trepada era muy vertical. No obstante, el que suscribe lo intentó porque creía que al final acabarían subiendo todos por otro lado, pero al decirme Toni que bajara porque se quedaban a almorzar ahí (y como no quería perderme las olivas, el café, las pastas, etc.), inicié el descenso, que me resultó problemático porque si la subida había costado, la bajada sin ver donde tenía que poner los pies, aun era peor. Menos mal que me fueron dando indicaciones, aunque ya hubo uno que quería quedarse con mi móvil, ¿Eh, Toni? jeje.
Desde la cima del Maigmó pudimos ver también la vertiente de la costa. Si desde el Balcón de Alicante (que está mucho más abajo) hay buenas vistas, imaginaros la que teníamos nosotros que estábamos en el “ático”.
Desde aquí iniciamos el regreso. No quisimos bajar hasta la terraza llamada el Balcón de Alicante porque estábamos seguros de que no íbamos a tener mejores vistas que desde aquí. En su lugar y para acortar, nos lanzamos en vertiginosa carrera por una pedrera que había en un barranquito y que cedía constantemente bajo nuestros pies, sumando al ruido de nuestra euforia, el de todas aquellas piedras deslizándose.
Después de la pedrera y tras algún tramo corto de asfalto, el regreso fue todo por una pista bien pavimentada pero matadora, porque siempre iba en ascenso. Cuando llegabas a una curva, mirabas hacia arriba y veías que continuaba la leve pero continua ascensión. Además la temperatura ya era, por primera vez esta temporada, bastante elevada. Había salido un día espléndido, sin nubes, sin viento y con un sol brillante. Los perros aprovechaban cualquier paradita que hacíamos para esperarnos echándose en el suelo fresco de la sombra, e incluso hubo una vez en que Greta no quiso reanudar la marcha de lo a gusto que estaba y hubo que insistirle. Al pasar por una balsa que había junto al camino, Mariano les sacó agua para que bebieran, cosa que agradecieron.
La vuelta se nos hizo muy pesada, siempre por pista y en continua ascensión y lo único que alegraba nuestros sentidos era la vista de la espléndida pinada por la que cruzábamos.
Una espléndida ruta, con su dosis de aventura, su alpinismo y magníficas vistas…
Como decía al principio de la crónica: “Admítelo, José Manuel, tú no has venido aquí a andar…. ¡has venido a escalar!”
Hasta la próxima.
Podréis descargaros el track clicando aquí: ROCACOSCOLLA.
Pablo excelente tu cronica.
ResponderEliminarAgradeceros desde tu pagina la compañia y el calor que nos habeis dado todo el grupo,vale su peso en oro, con vosotros las salidas son mas "faciles".Un saludo Mari y José
Yo buscando casetas de piedra y vosotros disfrutando con las trepadas, o mejor dicho, ¡escaladas!, entre el aperitivo de la canal del Garbí y el "pantagruélico" Maigmó. Texto y fotos que hablan por sí solas.¡¡¡Qué aventura!!!. Hasta pronto.
ResponderEliminarEsto es así,la semana pasada dijimos que nos gusto sibir por las piedras de la canal y esta ¡¡toma piedras!!,si las dos proximas decimos que nos gustan los Km's a la tercera castelló-Moreia,y si no al tiempo...jejeje.
ResponderEliminarSolo puedo decir que debio de ser impresionante!!!
ResponderEliminarMe hubiera gustado estar alli...¡¡pero mejor que no haya ido!!
BSS