Empezamos una continua subida, y cuando digo continua es porque era continua... y así fue practicamente hasta que paramos a almorzar. El ritmo era tan alto que dije que así no se podía hacer ninguna foto de la ruta porque iban a salir movidas. Los píxels andaban ya medio borrachos. Veíamos a nuestra izquierda unas buenas pedreras, parecidas a las que hay en alta montaña en Pirineos, sólo que allí cuando ves una lo más seguro es que sea por por donde tienes que subir.
En esta ocasión se reincorporó Belén, a quien como a tantos otros echábamos de menos y también vinieron dos amigos de José Manuel, a los que en plena subida les pregunté que si le debían dinero o algo y por eso nos había planteado esa subida en venganza. Aquí los tenemos en la tercera imagen mirando por si había algún revollón.
Continuamos ascendiendo y llegamos a un collado donde fuimos hacia la izquierda para ver las vistas del valle desde lo que creíamos que era el lugar llamado Penya Creus, aunque según el mapa del Sigpac, es otra montañita que quedaba más hacia la izquierda.
Volvimos a la senda y seguimos por la derecha para subir al otro cerro que era donde pretendíamos almorzar. Encontramos un lugar al lado de un acantilado donde las vistas eran preciosas, y es que nuestros almuerzos suelen constar de bocata, bota de vino, aceitunas, almendras, café, galletas y acantilados (o algún sitio en tó lo alto). De hecho Kiquet estaba sentado en el borde mismo.
Emprendimos el descenso, tras demostrar a los amigos de José Manuel que no todo iba a ser subir y subir, y se veían a lo lejos las grandes antenas de la Sierra de Aitana. Nos llamó doblemente la atención (por eso pongo dos fotos) el contraste del color cercano con su gama de verdes, en contraposición con los de la lejanía, con una gama de grises muy marcada. Exagerando, parecía una muestra del avance del influjo del mal proveniente de las tierras de Mordor (véase El Señor de los Anillos) que lo iba dejando todo gris a su paso, o así es como me lo imaginaba yo cuando leí el libro.
Continuamos nuestro avance hacia el Alt de la Serrella, donde se encontraba una caseta de guardia forestal con su guardia forestal incluido, situada en un lugar estratégico donde la vista alcanza una gran extensión de terreno y desde el que se ven tantos pueblos como manchas pequeñitas, que cuesta trabajo diferenciarlos hasta por los oriundos de las zonas cercanas.
Esto de la primera imagen que se ve a continuación, no es una papelera sino un pluviómetro que tiene aquí el guarda para informar de la cantidad de agua por metro cuadrado. Continuando la andadura vimos unas cabras (aparte de nosotros) que también estaban haciendo senderismo por la Serrella y llegamos a una zona que no me esperaba porque, aunque había leído a los de Topwalks que había una zona donde se veían "caídas hondas a ambos lados", no me imaginaba que íbamos a crestear un poquito, y la verdad es que con sorpresitas así, de vez en cuando, la ruta se hace más amena.
Y para sorpresitas la que viene ahora, porque la empinada senda que se veía al principio y sobre la que bromeábamos estaba ahora delante de nosotros y, SÍ, había que bajar por ella. Así que cada uno se ató los machos como pudo (no sé de donde viene la frase pero es apropiada. Igual de "sujetar los mulos" en algún descenso complicado para que no se desmandaran) y empezamos a bajar, cada uno a su ritmo.
La senda en muchos de sus tramos era una pedrera suelta en la que disfrutamos mucho y que hubiera hecho las delicias de Toni y Juan Carlos. Ximo y yo bajabamos haciendo como si esquiaramos, saltando a un lado, dejándonos resbalar y después al otro y volviendo a resbalar. La verdad es que nos divertimos bastante ese rato aunque había momentos en los que había que reducir la velocidad e ir con más cuidado.
Con precisión matemática en los cálculos de José Manuel, llegamos a los coches a las 13'oo horas después de haber liberado una buena cantidad de adrenalina en la bajada y que nos dejó una muy buena impresión. Bueno, hablo por los que estaban próximos a mí aunque igual haya habido quien lo pasara algo mal en la empinada bajada, que la verdad es que se las traía.
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